Manos que tejen memoria: las randeras de El Cercado

Siglos de tradición se entrelazan en las hábiles manos de las artistas que supieron mantener vivo un legado que hoy es reconocido en todo el mundo.

IdentidadEl martes
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RANDA.Dueñas de los secretos de una técnica única, las randeras tucumanas firman creaciones que atraen las miradas del mundo.

En un rincón sereno del sur tucumano, donde los cerros apenas se insinúan y la siesta cae pesada sobre las casas bajas, late un corazón de encaje: El Cercado.

Este pequeño pueblo del departamento Monteros, casi escondido entre caminos rurales y árboles centenarios, es hogar de un arte sutil y silencioso, tejido a mano con paciencia ancestral: la randa.

Aquí, en patios sombreados y cocinas perfumadas a pan casero, las randeras continúan un legado que llegó, dicen, de la mano de las mujeres españolas en tiempos coloniales. La técnica, sin embargo, se volvió tan nuestra como el aroma a azahar en octubre.

Las mujeres de El Cercado la abrazaron, la perfeccionaron y la hicieron florecer, transformando el encaje en identidad y sustento.

La randa: tejer el aire

La palabra “randa” proviene del holandés randen, que significa “borde”. Pero en Tucumán, la randa dejó de ser adorno para volverse arte central.

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La técnica es, a la vez, sencilla y compleja: se teje en el aire. Las randeras usan una red como base —una malla de hilos tensados entre los cuatro extremos de una horquilla de madera o bastidor— y, con aguja en mano, van creando motivos geométricos, florales o abstractos, anudando pacientemente los hilos con puntadas invisibles.

No hay apuro. Cada punto es un suspiro. Cada diseño, un pequeño milagro de precisión. Las piezas pueden llevar días, semanas o incluso meses, según su tamaño y complejidad. Caminos de mesa, cortinas, manteles, pañuelos, ropas: todo se puede rendir ante el hilo y la dedicación.

En este oficio, el tiempo no manda: se hila con el ritmo del mate, las anécdotas familiares y el murmullo del viento. Las randeras no solo bordan objetos: escriben una historia en blanco, una memoria sin tinta que se transmite de madre a hija, entre hilos tensos y miradas sabias.

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Del anonimato al mundo

Durante mucho tiempo, la randa fue un saber doméstico, reservado al ámbito familiar y comunitario. Las piezas viajaban a las ciudades cercanas, a veces cambiadas por mercadería o vendidas a precios irrisorios. Pero algo cambió cuando las primeras randeras se animaron a mostrar su arte más allá de los límites del pueblo.

250519100527_36339(1)Emprendedores de Tafí Viejo se asomaron a lo que será el nuevo Paseo Gastronómico de la ciudad

Con la llegada de programas culturales, ferias regionales y una creciente valoración del trabajo artesanal, las randeras comenzaron a ganar reconocimiento. Sus creaciones cruzaron fronteras provinciales, llegaron a Buenos Aires y, con el tiempo, incluso a ferias internacionales. El Ministerio de Cultura de la Nación, la Universidad Nacional de Tucumán y diversas ONGs apoyaron su visibilidad, destacando su valor patrimonial.

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Hoy, la randa tucumana tiene nombre propio y sello de origen. Cada pieza lleva el peso (y la levedad) de una historia que ya no es marginal, sino central en el mapa del arte textil argentino.

La Fiesta de la Randa: una celebración de raíces

Desde hace varios años, El Cercado se transforma en escenario de una celebración que honra esta herencia: la Fiesta Provincial de la Randa. Suele realizarse en octubre, cuando el aire se llena de primavera y las flores rivalizan con los encajes. Durante varios días, el pueblo vibra al ritmo de talleres, exposiciones, música folclórica y comidas típicas. Las randeras abren sus puertas y sus bastidores al público, que llega de distintas provincias a maravillarse con la minuciosidad del trabajo.

La fiesta no solo es un evento cultural: es una afirmación de identidad. Cada randera que participa reafirma su rol de artista y guardiana de un saber. Es también un momento de reencuentro, de aprendizaje intergeneracional, de transmisión viva de un arte que no quiere quedarse en vitrinas, sino seguir latiendo entre manos.

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Epílogo: hilos que no se cortan

Visitar El Cercado es mucho más que acercarse a un pueblo. Es entrar a una trama que une pasado y presente en cada punto de hilo. Es ver cómo el silencio puede transformarse en arte. Y es entender que la belleza no siempre grita: a veces, susurra, como el roce de una aguja sobre el aire.


Las randeras no solo bordan encajes: tejen dignidad. Y en cada randa, hay un pedacito de Tucumán que se resiste al olvido, floreciendo en blanco sobre blanco, como la flor más delicada del monte.

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