
Siglos de tradición se entrelazan en las hábiles manos de las artistas que supieron mantener vivo un legado que hoy es reconocido en todo el mundo.
La plaza Belgrano, en el barrio sur de Tucumán, era aún el Campo de las Carreras cuando se libró allí la Batalla de Tucumán, que sentó las bases para la victoria militar sobre los realistas españoles.
Identidad06 de junio de 2025San Miguel de Tucumán, 24 de septiembre de 1812. El calor de primavera ya se hacía sentir en la llanura del norte argentino. Los días eran largos, las noches inquietas, y el aire denso llevaba consigo algo más que polvareda: traía presagio de combate, de historia en gestación. Allí, en el Campo de las Carreras, donde hoy se levanta la Plaza Belgrano, tuvo lugar una de las jornadas más decisivas de nuestra independencia: la Batalla de Tucumán.
A más de dos siglos de aquel enfrentamiento, caminar por los senderos arbolados de esta plaza del oeste capitalino es recorrer un territorio donde la memoria todavía late bajo los adoquines. Cada banco, cada palmera centenaria, cada estampa de barrio recuerda, aunque en silencio, que en ese mismo suelo se alzaron campamentos, tronaron cañones y se definió buena parte del destino de lo que más tarde sería la Argentina.
En 1812, San Miguel de Tucumán era una pequeña ciudad colonial de unos pocos miles de habitantes, con calles angostas, casas bajas de adobe, iglesias de torres modestas y una economía basada en el comercio regional, las estancias y los cultivos del valle. Sus habitantes vivían en un equilibrio entre la tradición hispánica y los vientos de cambio que soplaban desde Buenos Aires, donde la Revolución de Mayo había prendido la chispa del autogobierno.
Los tucumanos no sabían aún que su tierra, enclavada entre montañas y llanura, se convertiría en pieza clave del ajedrez geopolítico de las Provincias Unidas del Río de la Plata. La amenaza realista avanzaba desde el Alto Perú, y el ejército patriota, comandado por el general Manuel Belgrano, recibía la orden de replegarse. Pero en lugar de obedecer, Belgrano eligió dar batalla.
La mañana del 24 de septiembre, el cielo estaba claro. Los realistas, al mando de Pío Tristán, descendían por la quebrada de Humahuaca con tropas disciplinadas, confiados en una victoria fácil sobre un ejército mal alimentado y mal armado. Lo que no sabían es que el ejército de Belgrano no peleaba solo: los vecinos se habían unido a la defensa, armados con lanzas improvisadas, machetes y una determinación feroz.
El Campo de las Carreras, un descampado ubicado al sudoeste de la incipiente ciudad, marcando su límite, fue el escenario elegido por Belgrano. Allí desplegó sus tropas entre algarrobos y cañaverales. Ordenó formar líneas y colocó una imagen de la Virgen de la Merced en el campamento. “Juro vencer o morir”, dijo ante sus hombres. Fue más que un gesto: fue una promesa que marcaría el alma de la ciudad para siempre.
El combate fue confuso, caótico, con cargas de caballería y fuego cruzado entre la maleza. En medio del fragor, el pueblo tucumano jugó un papel decisivo, acarreando víveres, asistiendo a los heridos y cerrando el paso a los enemigos. Finalmente, la victoria fue patriota. Belgrano lo supo al ver a los realistas retirarse hacia Salta, derrotados por un ejército que no debía haber luchado.
Hoy, el Campo de las Carreras es la Plaza Belgrano, un espacio urbano en el barrio Sur. Aunque el tiempo ha transformado el paisaje, el espíritu de la batalla sigue presente en la identidad del lugar.
Una estatua ecuestre de Belgrano domina el centro de la plaza, recordando con su mirada firme aquel día de gloria. A su alrededor, los vecinos pasean, los niños juegan, y los turistas se detienen a leer las placas que evocan la gesta.
Cada septiembre, Tucumán rinde homenaje a su héroe y a su pueblo, con actos cívicos, recreaciones históricas y misas en la Iglesia de la Merced, que Belgrano nombró como patrona del Ejército tras la victoria. Es una cita con la historia que trasciende lo académico y se vuelve emoción viva, compartida por generaciones.
Para quienes visitan Tucumán hoy, la Plaza Belgrano ofrece más que un paseo escénico. Es una página viva del relato nacional. Desde allí, se pueden recorrer otros puntos clave como la Casa Histórica, el Parque 9 de Julio, el Cementerio del Oeste —donde descansan soldados de aquella batalla—, y el Museo Histórico Nicolás Avellaneda. Juntos componen un circuito que no solo ilustra la historia, sino que la hace palpable.
Y es que el turismo histórico no es un viaje al pasado, sino una forma de entender el presente. La Batalla de Tucumán fue una victoria que no estaba escrita, un acto de rebeldía, fe y coraje. Su escenario —hoy una plaza común— nos recuerda que las grandes gestas muchas veces se juegan en los lugares más cotidianos.
Allí donde hoy suenan voces y chismes entre mates y tortillas, donde una pareja se abraza en un banco o un niño lanza su barrilete al cielo, una vez tronaron cañones y se jugó la libertad de un pueblo. Y ese recuerdo, profundo y vibrante, es el verdadero patrimonio que guarda esta tierra.
Siglos de tradición se entrelazan en las hábiles manos de las artistas que supieron mantener vivo un legado que hoy es reconocido en todo el mundo.
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