Tafí del Valle: una experiencia única entre cerros, historia, sabores y tradición

La puerta de entrada a los Valles Calchaquíes del norte argentino invita a los viajeros a quedarse, para descubrir un destino que enamora.

DestinosEl martes
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TAFI DEL VALLE.La ciudad a lo lejos, desde las alturas que la rodean, y que se recorren entre otras formas, mediante cabalgatas.

A Tafí del Valle no se llega: se asciende. No se visita: se habita. Porque lo que pasa en este rincón privilegiado de Tucumán es más que un viaje. Es un descenso hacia uno mismo a través de la altura, un reencuentro entre la vastedad del paisaje y lo íntimo del asombro.

Ubicado a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, entre los cordones montañosos del Nevado del Aconquija y la Sierra del Cajón, Tafí del Valle es el alma serrana de la provincia, un lugar que fue cuna de pueblos originarios, posta jesuítica, aldea colonial, y hoy es una de las ciudades turísticas más importantes del norte argentino.

Orígenes entre el maíz, los dioses y los caminos

La historia de Tafí se remonta mucho más allá de su perfil turístico. Antes de las cabañas de piedra, los cafés con vista y los turistas de mochila y mate, fueron los diaguitas-calchaquíes quienes habitaron estas tierras. Su nombre proviene de la palabra quechua "Taktikllakta", que significa "pueblo de entrada espléndida", y no hay nombre más justo: la llegada a Tafí es, literalmente, una entrada majestuosa entre cerros abiertos como brazos.

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Los diaguitas cultivaban maíz, criaban llamas y tejían una cosmovisión profunda entre los astros, el suelo y las aguas. Con la llegada de los jesuitas en el siglo XVII, el valle se transformó en estancia y centro productivo. De esa época quedan vestigios arquitectónicos, como la Iglesia Jesuítica de La Banda, construida en 1718, que aún se mantiene en pie y guarda en sus muros la transición entre el mundo ancestral y el colonial.

En 1816, cuando la independencia argentina se firmaba a pocas leguas de allí, Tafí era apenas un caserío rodeado de campos fértiles y cielos abiertos. Pero con el tiempo, su belleza empezó a llamarse a voces: primero llegaron los artistas, luego los naturalistas, y finalmente los viajeros que buscaban aire limpio, calma y montaña.

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Hoy: una ciudad turística con alma intacta

Tafí del Valle ha crecido. Ya no es solo un pueblo pintoresco: es un polo turístico consolidado, con infraestructura hotelera de primer nivel, gastronomía regional que hace gala de su queso artesanal, una agenda cultural activa y una oferta de actividades que combina naturaleza, aventura, historia y espiritualidad.

El perfil turístico de Tafí no tiene estación: en verano, el clima fresco es el antídoto perfecto contra el calor del llano; en Semana Santa, su Vía Crucis al cerro El Pelao congrega a miles de fieles; en invierno, el paisaje se cubre de neblina y le da al valle una mística única; y en otoño, los colores de los álamos pintan una postal de ensueño.

La Fiesta Nacional del Queso, que se realiza cada febrero, es uno de los grandes eventos del calendario. Es la oportunidad de saborear los famosos quesos tafinistos, elaborados con recetas centenarias, y disfrutar de música folclórica, doma, bailes y tradiciones que siguen vivas.

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¿Qué hacer en Tafí del Valle?

Todo. O nada. Porque Tafí permite tanto el descanso contemplativo como el turismo activo. Entre sus imperdibles:

  • El Dique La Angostura, un espejo de agua rodeado de cerros, ideal para pesca, kayak o paseos en bote.
  • El Cerro El Pelao, que regala vistas panorámicas para quienes se animen a la caminata.
  • La Reserva Natural Los Menhires, en El Mollar, donde reposan esculturas líticas de más de mil años.
  • Paseos a caballo, visitas a artesanos del cuero, la madera y el telar.
  • Travesías en bicicleta de montaña hacia lugares como Amaicha del Valle o la Cuesta del Infiernillo.
  • Parapente, para los que buscan tocar el cielo literalmente.
el-mollar-tucuman-turismojpgEl Mollar: un rincón soñado ente cerros, nubes y lago

Y si el día se nubla, como suele pasar en las tardes de valle, no hay nada como sentarse en un café con vista al campo, o compartir una empanada caliente al son de una guitarra criolla.

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Cómo llegar: el viaje es parte del encanto

Desde San Miguel de Tucumán, el acceso es parte esencial de la experiencia. La Ruta Provincial 307 serpentea cerro arriba, entre selvas de yungas y precipicios espectaculares. El ascenso desde Acheral es un deleite visual que va mutando de selva a montaña, de humedad a brisa fresca.

En apenas 100 kilómetros —dos horas de viaje—, uno pasa del bullicio urbano a un paisaje que parece suspendido en otro tiempo. Es posible llegar en vehículo particular, excursiones organizadas o colectivos que parten diariamente desde la terminal de ómnibus tucumana.

Una experiencia que se queda con vos

Tafí del Valle no tiene el vértigo de las ciudades grandes, ni lo busca. Su ritmo es otro. Aquí, los días comienzan con gallos y no con despertadores. La gente saluda sin apuro. Las sombras de los cerros marcan las horas, y el viento que baja del Aconquija trae historias viejas que aún no se terminan de contar.

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Y eso es, quizás, lo que más conmueve del lugar: su capacidad de ser moderno sin perder lo esencial, de crecer sin olvidar. Tafí es paisaje, sí. Pero también es alma, memoria, comunidad.

Si alguna vez sentís que necesitás un descanso del mundo, o simplemente recordarte quién sos entre tanto ruido, sabé esto: Tafí del Valle te espera. Con puertas de cerro abiertas y la promesa de que algo en vos va a cambiar cuando lo pises.

Y cuando bajes, volverás distinto. Más liviano. Más vos. Más cerca del cielo.

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