
Dueña de una historia milenaria y de un clima único, la pequeña villa Calchaquí lo tiene todo para convertirse en un fuerte destino turístico.
Ubicado en el extremo norte del breve tramo tucumano de la ruta nacional 40, el centenario pueblo es un remanso de paz, entre cerros, el río Santa Maria, bodegas familiares y vestigios de un rico pasado.
Destinos04 de junio de 2025Entre los pliegues dorados del Valle Calchaquí, donde el viento dibuja senderos invisibles entre los cerros y la historia duerme bajo cada piedra, se encuentra Colalao del Valle.
Este pequeño pueblo tucumano, escondido al noroeste de la provincia, es un remanso de quietud, cultura viva y naturaleza indómita que hechiza al viajero con la misma fuerza con que lo hacía siglos atrás.
Colalao es mucho más que un punto en el mapa: es una aldea suspendida entre tiempos, donde lo ancestral se mezcla con la sencillez cotidiana.
Su nombre, de raíz diaguita, evoca el alma indígena que aún late en su gente, en sus artesanos y en sus paisajes que parecen eternos. La historia aquí no se narra, se respira.
Fundada en el siglo XVII, fue parte de las rutas de arrieros y escenario de antiguas luchas por el territorio, pero también tierra de cultivo, de resistencia cultural y de paz andina.
El casco urbano de Colalao del Valle es una postal detenida en el tiempo: calles de tierra, casonas de adobe con techos bajos, una plaza que convoca a la siesta y a la charla vespertina.
La Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, una de las más antiguas de la zona, se erige humilde y noble, guardiana de la fe local. A sus pies, las artesanas del pueblo exponen mantas tejidas, vasijas de cerámica negra y dulces de uva y higo que llevan la marca de la tierra fértil.
Pero Colalao se despliega también en sus alrededores. A pocos kilómetros, el paraje El Pichao es una joya de la arqueología y la tradición: en sus laderas se encuentran vestigios de asentamientos prehispánicos y en sus calles vive un pueblo que resiste con dignidad y sabiduría.
También destacan las ruinas de la antigua bodega de los Jesuitas, testimonio de una época donde la vid se fundía con la oración y el trabajo manual.
Y hablando de viñedos, la producción vitivinícola es un orgullo silencioso. Aquí, pequeñas bodegas familiares producen vinos artesanales de altura, especialmente Malbec y Torrontés, que sorprenden por su calidad y autenticidad.
El visitante puede recorrer los viñedos, participar de catas y entender por qué el vino del valle sabe distinto, más pleno, más sincero.
La gastronomía es otro de sus encantos. En Colalao se saborea la tierra. El locro, las empanadas cortadas a cuchillo, los tamales y el cabrito al horno de barro conviven con mermeladas caseras, quesos de cabra y panes de campo. Todo se prepara con calma y se sirve con calidez, como una invitación a quedarse un poco más.
El acceso a Colalao del Valle es parte del encanto. Desde San Miguel de Tucumán hay que tomar la Ruta Nacional 38 hasta Acheral, empalmar con la Ruta Provincial 307 y atravesar el mágico trayecto de los Valles Calchaquíes: Tafí del Valle, Amaicha del Valle y finalmente, tras unos 190 kilómetros, llegar a destino. También se puede acceder desde Cafayate, Salta, a través de la Ruta Nacional 40, en un recorrido de unos 60 kilómetros de paisajes inolvidables.
Aunque pequeño, el pueblo dispone de varias opciones de hospedaje, que van desde hostales familiares como La Casa de la Abuela, hasta estancias rurales con encanto como la Posada Don Clemente o Colalao Wine Lodge, donde se puede dormir entre viñedos. También hay servicios de camping, proveedurías, guías locales y transporte hacia los puntos de interés cercanos.
Colalao del Valle no promete lujos, pero sí verdades. Es un rincón donde el tiempo se ralentiza, donde cada caminata es una invitación al asombro, donde lo esencial se impone con humildad. Un viaje a este pueblo es, en definitiva, una experiencia espiritual en los bordes más puros del norte argentino.
Dueña de una historia milenaria y de un clima único, la pequeña villa Calchaquí lo tiene todo para convertirse en un fuerte destino turístico.
La puerta de entrada a los Valles Calchaquíes del norte argentino invita a los viajeros a quedarse, para descubrir un destino que enamora.
Quien lo elige como destino, puede optar entre el relax que sugiere el bucólico paisaje, o un sinfín de actividades, entre las cuales sobresalen la pesca y los deportes náuticos.
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Quienes visitan Tucumán por primera vez se sorprenden al descubrir un lugar tan lleno de experiencias y atractivos a sólo unos minutos de San Miguel de Tucumán.
El Congreso Nacional e Internacional de la Federación Argentina de Sociedades de Ginecología y Obstetricia (FASGO), uno de los encuentros médicos más importantes del país.
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Si bien la mayoría de los visitantes siguen siendo argentinos, el Jardín de la República también atrae miradas internacionales, especialmente desde Brasil, Uruguay y Francia.
Una comitiva del Ente Tucumán Turismo (ETT) visitó la zona con el objetivo de impulsar su proyección turística y poner en valor su notable potencial natural y económico.
Dueña de una historia milenaria y de un clima único, la pequeña villa Calchaquí lo tiene todo para convertirse en un fuerte destino turístico.